viernes, 9 de julio de 2010

El sueño de una cruyffista


Johan Cruyff comenzó la Copa del Mundo con la esperanza de que España triunfara futbolísticamente y el deseo de que las cosas le fueran bien a Holanda. Ambos deseos se han cumplido, para mayor gloria de El Profeta, y a mitad de camino, a caballo de Sudáfrica y su residencia de El Montanyà, ha tenido tiempo incluso de devolver la insignia de presidente de honor del Barcelona. No necesita ninguna distinción, ni siquiera acreditación, para ser reconocido como uno de los personajes más fascinantes del fútbol. Ni siquiera ha precisado ganar el Mundial para ser considerado uno de los mejores campeones de la historia porque la grandeza no se mide necesariamente por los trofeos obtenidos, sino también por la influencia que provocan determinadas maneras de entender el juego. Más que la final de Cruyff, que también, el partido del domingo en Johanesburgo supone sobre todo el triunfo del cruyffismo como religión universal. [...]

Cruyff se sentirá orgulloso el domingo de la final. A un lado, Holanda, una selección que, en palabras del periodista Simon Kuper, refleja "la inteligencia nacional del fútbol más que la calidad individual de los jugadores". Y al otro, España, la versión más modernizada de La Naranja Mecánica, sin grandilocuencia, a la española si se quiere, heredera del fútbol más revolucionario, aquel en que el espíritu colectivo prima sobre la mayor de las individualidades. Nadie la retrata mejor que Del Bosque y su jugador preferido, Busquets.



Extracto de La Final de Johan Cruyff, Ramón Besa en EL País

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